En principio, parecía muy ambicioso escribir sobre dos muestras en las que no pude estar presente por motivos de salud, pero la decisión de prolongarlas a través del blog me permitió armar el conjunto a partir de las fotos y los textos, y lograr una forma de acceso a la propuesta, que aunque resulta algo parcializada e imperfecta, hace posible que les envíe pequeños comentarios, impresiones no unificadas ni concluyentes, tómenlo de esa forma. Me encanta la mansión como escenario. Parece un lugar que aun vacío ya puede transmitir una historia y una personalidad con mucho peso. Me imagino que María Eva Dolard debe tener una relación muy especial con ella, que seguramente habrá evolucionado desde el momento en que se convirtió en su propietaria legal hasta que decidió cederla para la propuesta. Debe haberla caminado mucho, debe haber hecho que sus objetos personales, sus pequeñas rutinas y sus rituales cotidianos impusieran su ritmo al reloj, debe haberse apropiado de los distintos rincones a veces hostiles, a veces en actitud de entrega con fiestas de sol al abrir las ventanas. Debe haber llegado a sentirla muy suya para poder compartirla con sus compañeros.
Todos, finalmente, fueron muy valientes al decidir utilizarla para mostrar su obra artística. Supongo que habrán peleado con ella para imponerle la personalidad de sus creaciones, y que se habrán invadido y transformado mutuamente, que hubo rebeliones, pactos, concesiones. Ahora ustedes y sus obras son parte de la historia y la personalidad de la mansión.
Percibo una gran capacidad en el ejercicio de la libertad, de la expansión y proyección de sus mundos interiores, una entrega generosa a la recreación y a la relectura de los espectadores, una necesidad muy sana de dialogar con ellos. Percibo la alegría del proceso creativo y transformacional, todo está vivo, late, llama.
Me gustó mucho la foto en que un chico toca la pintura de los íconos en la pared, me hizo recordar un episodio ocurrido durante la inauguración de “Los burgueses” de Rodin, en el que un chico se puso a jugar dentro del grupo escultórico, las autoridades se enojaron, y Rodin pidió que lo dejaran, que el chico era el que más había entendido su obra.
Me encanta la idea de una escritura sin alfabeto, de los íconos que forman y deforman imágenes y sombras.
Hay algo de juego caótico, de improvisación organizada en equilibrio inestable, algo de danza mágica.
Me hubiera gustado mucho compartir personalmente con ustedes esta experiencia tan llena de vida, pero de todos modos les agradezco la posibilidad de acercarme de esta forma.
Todos, finalmente, fueron muy valientes al decidir utilizarla para mostrar su obra artística. Supongo que habrán peleado con ella para imponerle la personalidad de sus creaciones, y que se habrán invadido y transformado mutuamente, que hubo rebeliones, pactos, concesiones. Ahora ustedes y sus obras son parte de la historia y la personalidad de la mansión.
Percibo una gran capacidad en el ejercicio de la libertad, de la expansión y proyección de sus mundos interiores, una entrega generosa a la recreación y a la relectura de los espectadores, una necesidad muy sana de dialogar con ellos. Percibo la alegría del proceso creativo y transformacional, todo está vivo, late, llama.
Me gustó mucho la foto en que un chico toca la pintura de los íconos en la pared, me hizo recordar un episodio ocurrido durante la inauguración de “Los burgueses” de Rodin, en el que un chico se puso a jugar dentro del grupo escultórico, las autoridades se enojaron, y Rodin pidió que lo dejaran, que el chico era el que más había entendido su obra.
Me encanta la idea de una escritura sin alfabeto, de los íconos que forman y deforman imágenes y sombras.
Hay algo de juego caótico, de improvisación organizada en equilibrio inestable, algo de danza mágica.
Me hubiera gustado mucho compartir personalmente con ustedes esta experiencia tan llena de vida, pero de todos modos les agradezco la posibilidad de acercarme de esta forma.
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